1/10/09

El lienzo fatalista del nazismo

Según una versión simplificada de la teoría del caos, el batir de alas de una mariposa en Japón produce un tornado en el golfo de México. El fracaso como pintor de Hitler y las consecuencias que este funesto personaje acarreó a la Historia no se rigen, afortunadamente, por esta teoría; de no ser así, habría que vigilar a la gran parte de licenciados en Bellas Artes que pululan por ahí. Bromas aparte, y por resumirlo drásticamente, la devastación generada por Hitler no tuvo su origen y epicentro en un simple desengaño artístico sufrido de joven.

Hitler fue el canalizador de una serie de ideas, pensamientos y filosofías anteriores a él que encontraron un terreno perfectamente abonado por diversas crisis, materiales y espirituales, en el occidente europeo; particularmente agudizadas en la Alemania de entreguerras.

Lo destacable es cómo un frustrado pintor austríaco convirtió una amalgama de ideas en una ideología con unos fines precisos, tan precisos que resultan escalofriantes. Destacable es también cómo esta ideología estaba apuntalada por un firme esqueleto artístico. Este esqueleto marcaba una serie de patrones, de cánones: las referencias a la antigüedad, la belleza, la pureza, la querencia por lo colosal, el culto al líder… Características que, por lo general, están presentes en cualquier totalitarismo, sea del signo que sea.


Con arreglo a esto, el confrontamiento que se establece entre arte, entendido éste como el ideal por alcanzar, y realidad, es decir, todo aquello que perturbara el logro de aquel ideal, es terrible. Terrible por la lógica interna que lo guiaba. Terrible por la exactitud con que se planeaba. Y terrible por su solemne ejecución. El proceso entero quedaba justificado como si de una pieza matemática se tratara.


La estética nazi
El führer tomó como uno de sus modelos al compositor Wagner, quien tenía al arte como fundamento de la sociedad. Su profundo antisemitismo, por otra parte, satisfacía la búsqueda y personificación del mal que necesitaba Adolf Hitler: los males de Alemania podían encontrar su raíz en los judíos.

Hitler recalcaba que el arte era el espejo de la salud de la raza. Por este motivo, también atentaban contra la pureza y la belleza de la raza aria lisiados, enfermos mentales, personas con malformaciones, etc. Había que terminar con todos ellos para asegurar la integridad de la raza germana. La influencia del darwinismo social es también patente.


Su constante esfuerzo para volver al Renacimiento, al clasicismo, encerraba el ideal del retorno al florecimiento de la sociedad (alemana). De ahí que arremetiera contra las vanguardias. Sólo un arte degenerado, hecho por degenerados –en muchos casos artistas judíos–, podía representar sin ningún pudor seres deformes, enfermos, una sociedad viciada, sin moral y sin tantas otras virtudes más propias del medievo que de la contemporaneidad. Algo que no coincidía con el ideal de grandeza del pueblo alemán que sostenían los nazis.


Un nuevo Imperio
La importancia que lo visual tuvo en los movimientos totalitarios de principios del siglo XX marcó toda una tendencia. Era el nacimiento de una nueva cultura que se afianzaría gracias a los medios de comunicación. El propio líder alemán fue quien se encargó de diseñar o esbozar gran parte de la parafernalia simbólica nazi, desde los estandartes o los uniformes hasta edificaciones y monumentos.

Las referencias a Grecia y Roma en todas sus creaciones son más que evidentes, incluso para profanos en materias artísticas. De hecho, en la ocupación griega no se produjeron bombardeos por orden expresa de Hitler.


Pero la influencia griega y romana no sólo se advierte en lo artístico, también en lo político. La denominación de Tercer Reich hace alusión directa al Imperio Romano, igual que si de su evolución natural se tratara. Intimamente unidas a este concepto se encuentran la exaltación de la guerra y la expansión territorial.


Miedo a la libertad
No obstante, para alcanzar semejantes logros, Hitler contó con el apoyo de un nuevo componente hasta entonces inédito: la masa. El conjunto de individuos que se despojó de su recién conseguida individualidad para conformar un todo y seguir ciégamente a su líder es uno de los fenómenos distintivos de esta etapa histórica.

La retórica que apelaba al espíritu de la nación, entre otras manifestaciones de tipo irracional, había calado en unas masas desprovistas de asideros tradicionales (religión, monarquía…); decepcionadas por los nuevos sistemas democráticos y el acusado desgaste del capitalismo; vapuleadas por una guerra perdida y sus draconianas imposiciones posteriores. Estaba en juego la recuperación de su orgullo y dignidad como pueblo.


Pero este tipo de comportamiento, con más o menos diferencias o particularidades, fue algo generalizado, global, por cuanto no se produjo únicamente en la Alemania nazi. Lamentablemente, un buen número de sátrapas y tiranos han hecho uso de estas trágicas actuaciones, antes y después. Pero pocas veces con el fatalismo con que lo hizo Hitler, quien ya advertía de que el ocaso era el objetivo del Arte. Quedaron en el recuerdo las –paradójicamente– futuras ruinas diseñadas por el arquitecto Albert Speer.




El Arte no tiene signo, es el ser humano –como en tantas otras ocasiones– quien hace que la balanza se incline hacia un lado o hacia otro. Hacia lo excelso o hacia lo abominable. Esperemos, por tanto, que aquellas ruinas que hicieran soñar a Hitler sigan siendo tan solo un recuerdo –histórico– por mucho tiempo.


[Escrito en abril de 2003]

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