7/10/09

JULIO RAMÓN RIBEYRO

Nació en Lima, Perú, en 1929 y murió en la misma ciudad en 1994. Es, sin duda, el mayor escritor de cuentos peruano. Reconcentrado, algo tímido, entregado pertinazmente a la creación de una obra que lo ha convertido ya en un clásico, nos ha dejado una visión lúcida y desencantada, que nos hemos acostumbrado a llamar pesimista y donde no hay lugar para estridencias ni elementos trágicos. Coherencia extrema de quien dijo "nunca he podido comprender el mundo y me iré de él llevándome una imagen confusa".
Por sus cuentos deambulan humildes personajes desdichados, fracasados, en cuyos finales hay un deseo de incorporar cierta trascendencia o universalidad a lo relatado. Coherencia extrema, lucidez sin concesiones, levantadas paradójicamente a partir de inestables e inciertos materiales.

Nace en un hogar de clase media limeña, en el seno de una familia que había dado al país ilustres letrados y hombres de leyes, pero que se encuentra por entonces en fase de decadencia. Sus antepasados (hermosamente recreados en 'Ancestros', de su Antología personal) son importantes, pues algo explican acerca de ciertos motivos repetidos en su obra. A ello debe añadirse la muerte de su padre, cuando el autor tenía quince años y en quien ha querido ver, alguna vez, el origen de su vocación por la escritura.

Otro abogado menos
A los dieciséis años ingresa en la Universidad Católica para cursar los consabidos estudios de Leyes, pero pronto se sentirá atraído por discusiones iniciadas en el patio de Letras. Son los años que corresponden a su formación como escritor: los primeros cuentos, las lecturas apasionadas de Kafka, Joyce, Faulkner.

Sin embargo, estas contradicciones no son impedimento para que pronto se vea involucrado en un círculo de escritores, que suelen publicar sus obras y obsequiarlas generalmente a sus amigos y familiares, además de presentarlas en bohemios lugares de la ciudad. Fue allí donde Ribeyro comenzó en realidad su carrera literaria, frecuentando estos lugares donde sus cuentos y relatos eran escuchados con suma atención por los concurrentes que, en su mayoría, eran poetas, novelistas, cuentistas, etc.

El especial carácter de Julio Ramón Ribeyro tal como los personajes de sus escritos, lo aleja del protagonismo; acostumbrado a una existencia algo marginal que en cierto modo privilegia. Es por eso que toma la decisión de separarse de los círculos literarios limeños y sacudirse de lo que más detesta: La popularidad, la fama.


Residencia en Europa
En 1952, becado para seguir cursos de periodismo, viaja a España, donde permanecerá ocho meses. Después de ganar un concurso de cuentos convocado por el Instituto Español de Cultura Hispánica, se trasladó a París combinando sus ocupaciones de portero de hotel con un curso en la Sorbona. Comenzaba así un largo deambular por distintas ciudades europeas: París (donde residirá más de treinta años), Amsterdam, Amberes, Londres, Múnich. Mientras, se ha publicado en Lima Los gallinazos sin plumas (1955), libro con el que cosechará un éxito rotundo. Escritas en su mayoría en París, las narraciones tienen como escenario único la ciudad de Lima, y como protagonistas, a los seres más desheredados de esa sociedad.

Regresa a Perú en 1958, a la provincia de Ayacucho, para trabajar durante dos años como profesor en la Universidad de Huamanga. Ese mismo año publica su segundo libro, Cuentos de circunstancias, donde, junto al realismo crítico que había caracterizado su producción anterior, llama la atención la atmósfera evocativa y poética de algunos relatos.

En 1960 lo encontramos ya en París, trabajando para la Agencia France-Press. En esta fecha ve la luz su primera novela gestada cuatro años atrás en Múnich. La aparición de Crónica de San Gabriel fue saludada por los críticos con un signo de extrañeza: Julio Ramon Ribeyro, que había preconizado –y predicado con el ejemplo– sobre la necesidad de una literatura urbana, se adentraba en el ambiente rural. Aunque una lectura más atenta demuestra que Lima aparece siempre en la obra como polo de referencia omnipresente.

Años 60, comienza a publicar regularmente
En 1964 se publican dos nuevas colecciones de cuentos: Tres historias sublevantes y Las botellas y los hombres. Vemos desarrollarse las historias en el mismo escenario de los primeros relatos, en esa Lima chata y mísera, por la que deambulan idénticos personajes grises, desesperanzados, asumiendo pasivamente su existencia. Su alejamiento del Perú no implicaba el olvido de la referencialidad primera de los relatos; antes bien parecía contribuir a esa visión crítica, de francotirador, a la que solía referirse a menudo. Aunque él negó siempre a considerarse un exiliado, ni forzoso ni voluntario, ciertamente su nombre vino a enriquecer la larga lista de escritores que había hecho de París "la capital de la literatura peruana".

Los geniecillos dominicales, novela con la que resulta ganador del premio Expreso-Populibros en 1963, aparecerá en Lima dos años más tarde. Su interés por la novela es antiguo –data al menos de 1953, cuando clamaba por un Dickens limeño que catara una ciudad todavía sin novela– y porfiado, a juzgar por las numerosas novelas inconclusas a las que se refiere en su Diario. Su última incursión en el género lo constituye una obra un tanto excéntrica dentro de su producción, por la técnica compositiva. Concluida en 1966, Cambio de guardia, de carácter violentamente anticlerical y antimilitarista, no habría de publicarse hasta diez años más tarde.

Diplomático por necesidad
Este "profesional" de las letras que nunca pudo vivir de ellas, desempeña en la década de 1970, el cargo de Consejero Cultural del Perú ante la Unesco. Su carrera diplomática, que debió desempeñar más por necesidad que por gusto, le provoca a menudo perplejidad:

Pues la verdad es que yo sé poquísimo de esta organización a cuyo círculo más hermético he penetrado. Estoy allí no sé por qué ni cómo, ni gracias a qué méritos. (...) todo en realidad es una farsa. Aquí más que en otra parte. Y por lo mismo no saco de esto partido ni gloria. Me aburro. Añoro estar en otro lugar. Un cuartito de hotel. Un pueblo perdido del Perú donde sea maestro. Una playa (Diario, II, pág. 169).

Por entonces se reúne en La palabra del mudo (1973-1977), en tres volúmenes, toda su producción cuentística. Al igual que Silvio, el protagonista de unos de sus cuentos ('Silvio en el Rosedal', 1976), el autor podía hacer también recuento de su vida: gozaba de cierto prestigio literario, desempeñaba un trabajo que le reportaba a la vez seguridad material y tranquilidad espiritual para dedicarse a la creación de su obra. Está casado y ha conocido la experiencia de la paternidad.

Retorno limeño
En 1991, acaso saturado de cosmopolitismo, como los protagonistas de "La casa de la playa", Ribeyro abandona la que se había convertido en su segunda ciudad durante más de treinta años y vuelve a Lima para pasar allí grandes temporadas. En Barranco, frente al mar, apura sus últimos veranos como había imaginado: "mirando el poniente, pensando... tal vez con uno o dos amigos, buenos discos, un buen vino, mi pequeña familia, un gato y la esperanza de sufrir poco".

Puede hablarse ya con rigor de personajes, de situaciones ribeyrianos. Coincidiendo con el homenaje que la Casa de América le concediera en 1994, se dieron a conocer en junio sus Cuentos Completos –ya sí, "completos", en ironía premonitoria de la letra–. A este tenaz ejercicio de cuentista deben añadirse su producción dramática, su labor de fino crítico literario, una colección de aforismos firmados por un cínico y desengañado Luder (Ribeyro y sus dobles), hija directa de las Prosas apátridas. Una proyectada autobiografía, un diario del que se han publicado tres volúmenes (La tentación del fracaso, 1992), una colección de Cartas a José Antonio, donde las confesiones a su hermano se mezclan con temas de crítica y creación literarias. Puede decirse que la mayor parte de su producción es europea.

La enfermedad
En 1974 se le había detectado cáncer, enfermedad ocasionada claramente por su adicción al tabaco. Sobreviviente de recaídas y cirugías mayores, los dos últimos años son sin embargo los más felices de su vida. El 4 de diciembre de 1994 moría en Lima, sin poder recibir el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo, que lo consagraba como uno de los mejores autores de narrativa breve en lengua española. El presidente de México por esa época, Carlos Salinas de Gortari, en vano lo esperó para el develamiento de la efigie con el busto del reciente ganador del premio. Su salud se hallaba demasiado quebrantada como para realizar el largo viaje a tierras aztecas. En su lugar, estuvieron presentes en el acto su esposa Alida Cordero y su hijo Julio.


[Artículo redactado en febrero de 2002. Pendiente de revisión. Forma parte del global BIOGRAFÍAS DE GRANDES ESCRITORES DE RELATOS: ALGUNOS "DESCONOCIDOS"].

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