28/12/09

Crítica de 'Cabeza de Turco'

Truman Capote fue maestro de la objetividad. Mencionaba Cristina Peri Rossi en el prólogo a Música de camaleones (Ed. Anagrama. Barcelona, 1988. Para Circulo de Lectores, 1995): “Truman Capote se planta, como observador, frente a un hecho o a una persona real y procura hacer un trabajo de campo: un relevamiento de la realidad. Por supuesto, él aparece, en lugar secundario, ya que su presencia forma parte, también de la realidad”.

Pero Truman Capote seguía siendo Truman Capote. Su gran virtud, además de su prosa, es que supo estar en el momento adecuado en el sitio adecuado. Y rodearse de la gente adecuada.

Hunter S. Thompson va algo más allá con su periodismo gonzo. Se convierte en generador de noticias al interactuar en las realidades de las que, en principio, es observador. Su adicción a los excesos, especialmente con las drogas, lo llevan en alguna ocasión a hacerse pasar por otra persona. Pero no hasta el punto de transformarse o prolongarlo durante un tiempo considerable. De hecho, una vez pasados los efectos tóxicos apenas lograba reconocerse a sí mismo…

Por otro lado, Tom Wolfe se quemó los dedos en su propia hoguera. De vanidades, por supuesto. No parece probable que hubiera llegado (o querido llegar) a las simas de Günter Wallraff. Su estilo es otro. Diferente, otro. Tanto para disfrutar de la vida como del periodismo.

Una decisión personal. Una forma de vida. Wallraff tomó el camino más turbulento. ¿Búsqueda de éxito? Posiblemente. ¿Por qué no? Todos, de una forma u otra, aspiramos a ello. Pero el precio pagado es tan alto que cuestiona si merece la pena. Es de suponer que una decisión así parte del convencimiento. Desde lo más profundo de uno mismo. Lo que se hace con las entrañas –y nada más literal en el caso de Günter Wallraff– es digno de respeto y admiración. Y es doblemente digno de respeto y admiración cuando aquello que se hace tiene como destino facilitar o mejorar la existencia de sus semejantes o lo que los rodea.

Wallraff sorteó con maestría los límites del sensacionalismo y del oportunismo. Nada sencillo, una vez más. Parece encontrarse a gusto en lo intrincado y anguloso. Lo habitual es dar el traspiés. Sin embargo, sus pasos fueron firmes y seguros. Esto es lo que lo convierte en rara avis, en ejemplar único. Mantenerse fiel a uno mismo durante tanto tiempo supone una fortaleza moral inquebrantable.

El reciente informe que lo inculpa de colaborador de la Stasi es algo con lo que tendrá que enfrentarse. Es más, está obligado moralmente por ser quien es y representar lo que representa, o ha representado hasta ahora. Los errores del pasado tienen la molesta cualidad de pasar factura, sobre todo si son ciertos. Pero esta mácula no puede, esto es: no debe, emborronar toda su labor.

Repito: se puede estar de acuerdo, o no, con los planteamientos y principios de una persona. Pero cuando esa persona efectúa una labor coherente con sus ideas, sin traicionarse a sí mismo, es justo reconocerle el mérito. Para ello, es importante afrontar la lectura de un texto dejando de lado ideas preconcebidas, clichés, recelos y suspicacias.

El autor es un profesional con recursos. Ya se ha hablado de su preparación y su aporte documental, garante de veracidad. No pueden dejarse cabos sin atar. Por este motivo, es admirable cómo, con fortuna en unos casos y con pericia en el resto, Wallraff-Alí consigue zafarse de situaciones imprevistas realmente complicadas. Sirvan de ejemplo: improvisar supuestas palabras turcas (pág. 65) o razonar por qué no habla en turco con sus compatriotas (pág. 82); salir airoso del episodio con la policia debido a su ruinoso Volkswagen (pág. 115) y, entre el absurdo y la desesperación, inventarse una historia sobre su experiencia como karateka cuando es sorprendido por su jefe, Adler, haciendo señas a un fotógrafo (pág. 160).

En el aspecto de los contenidos, me gustaría apuntar que el paisaje industrial que ocupa el fondo del relato está, lamentablemente, a un nivel muy próximo al de la primitiva era industrial. Es el mismo sobre el que se tejía el universo dickensiano. Pero lo peor es que aún persiste cuando hemos entrado en el siglo XXI.

Hay un aspecto inquietante y que se repite en otros ámbitos (sociales, educativos, etc.): Aquello que en regiones industriales avanzadas no ha funcionado bien no es corregido en zonas con desarrollo más tardío. Todo lo contrario: se lleva también a la práctica, como si se tratara de un paso inevitable para obtener la designación de región industrialmente avanzada. Verbigracia, en el texto se habla de agencias de trabajo, de mediadores entre las empresas y los trabajadores.

Este tipo de empresas o servicios se instalaron en España a principios de la década de 1990. Y sin embargo, a pesar de la experiencia de otros países (como en este caso, la RFA), no se toman las medidas para evitar que se reproduzcan sus fallos y limitaciones.

Ítem más. El libro en sí narra las condiciones infrahumanas, plenas de riesgos, en las que debían desenvolverse gran cantidad de trabajadores. Por diversos motivos, entre los que destacaba la recesión económica, no les quedaba más remedio que aceptar cualquier cosa. Si no lo hacían ellos, lo harían otros.

Aunque muchas de las anécdotas que narra Wallraff parecen escritas con la pluma de un Cela tremendista, no hay que alejarse mucho en el tiempo para encontrar casos semejantes. Hoy día, los diarios están plagados de noticias en las que se habla de sentencias delirantes que inculpan al trabajador por acometer, poco menos que por su cuenta, un trabajo de riesgo para su integridad física. Lo responsabilizan, por tanto, de sus accidentes laborales (!).

Se ignora la realidad del día a día, el trabajo a destajo, las presiones y coacciones que tiene que soportar, la precariedad... Recientemente, y como colofón a varios casos con sentencias sospechosas, aparecía el siguiente titular en un diario nacional: ‘Los trabajadores pueden negarse a recibir órdenes si entrañan riesgos’ (La Razón. 22/XI/2003). Que algo tan obvio tenga que ser ratificado por un Tribunal Supremo no es buena señal.

¿Se verá Günter Wallraff –y con él tanta gente– abatido por el desánimo al comprobar que su esfuerzo apenas ha cambiado nada? O, por el contrario, ¿surgirán más contraperiodistas que, como él, traten de apartar los espesos cortinajes que impiden ver y avanzar?

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Escrito en enero/febrero de 2004.
Referencias a la edición de Anagrama de 1999.

Estrategia literaria en 'Cabeza de turco'

Es evidente que Wallraff persigue un objetivo con la transformación durante dos años en Alí. Pero la forma de plasmar los resultados es, en general, mesurada. Expone lo ocurrido, cómo lo trataron, cómo trataron a sus compañeros. Pero, en última instancia, permite al lector que una los datos, que saque conclusiones. En general, al lector le bastará con comparar la realidad circundante, aunque no viva casos tan cruentos. Y al que no lo conozca le hará reflexionar sobre ello y, con suerte, profundizar para discernir la veracidad o no de esas zonas de penumbra.

Se tiene que confiar en el autor; es decir, confiar en que lo que él cuenta –o cuentan las voces– responde a la realidad. Puede existir un margen de distorsión en el enfoque, debido a la ideología de una persona; a sus preferencias y a sus fobias; etc. Pero esto es algo de lo que todos somos conscientes. Se puede estar más o menos de acuerdo, pero las evidencias son elocuentes. Por eso es tan importante la documentación y testimonios que apoyan un texto; sus fuentes (y el reconocimiento de éstas, si es posible); la trayectoria del autor (quien, aunque en los últimos tiempos se ha visto sacudido por un affaire resucitado de aquella época, no parece haber afectado a los pilares básicos de su obra).

En cuanto a los recursos literarios: los mínimos. Unas pinceladas de ironía, ciertos aires de misterio y tensión (sobre todo cuando se encuentra en situaciones comprometidas, en las que cree que será descubierto y su trabajo no servirá para nada). Y poco más. Todo ello en momentos puntuales, aportando ritmo e interés al relato. El recurso más eficaz, por tanto, acaso sea la desnudez sumada a la exposición de datos. El cúmulo de información responde al crescendo del que hablé más arriba. Es el recurso para que el lector, una vez que se introduce en la historia, perciba, sienta, sin la ayuda de un lenguaje farragoso y barroco.

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Procedimientos narrativos en 'Cabeza de Turco'

Estilo y estructura.
Se trata de un amplio reportaje mostrativo cuya historia es unitaria. Podrían trazarse tres líneas que dividen la obra. Pero la división entre ellas no es abrupta, sino con suaves transiciones.
En una primera parte, que el autor abrevia deliberadamente, transmite la incertidumbre que le embarga al convertirse en Alí: no ha de levantar sospecha, debe cuidar su aspecto de turco con todos los sentidos alerta, ejercer duros trabajos, aguantar cualquier contratiempo...

En resumidas cuentas: es una introducción en la que el autor pone en antecedentes al lector y que a él le sirve para pasar la prueba. De ello dependía el éxito de su proyecto.

En un segundo tramo, en el que Wallraff ya está identificado con Alí e integrado en el mundo laboral germano, comienza su periplo por diferentes trabajos y sectores laborales. Es un crescendo que, irónica y lamentablemente, podría ajustarse al famosísimo lema de Microsoft ¿Hasta dónde quieres llegar hoy? Una subdivisión de esta segunda parte, relacionada con su agónico viaje al final de la noche, sería la formada por los capítulos concernientes a la conversión religiosa de Alí y a la tragicómica escenificación en la funeraria para resolver su supuesta muerte cercana.

La tercera parte presenta un Wallraff maduro en su papel de Alí, abocado a llevar a las últimas consecuencias su papel. En este momento, Wallraff decide tomar decisiones. Después de estar de un lado para otro, cree conveniente dejar de ser zarandeado. Consigue convertirse en empleado de confianza de un siniestro personaje para tenderle una trampa en su propio terreno. Es la rúbrica perfecta para abandonar a Alí y construir la obra que recoja todo lo que ha visto y vivido.

Así, en esta obra, predomina la analítica: el autor aporta datos de forma objetiva y apunta posibles consecuencias. Por tanto, deja que el lector se implique y saque sus propias conclusiones.

Es momento de matizar. Este tipo de trabajo se define más correctamente como reportaje de disfraz. En este tipo de reportajes, el periodista se disfraza de lo que no es para contar lo que pasa desde ese punto de vista. El riesgo que se corre es la tendencia a falsear. Günter Wallraff nunca aconsejó que este tipo de periodismo lo tuviera que hacer cualquiera. Para él era la única forma de denunciar estas situaciones.

Escenificación
Los diferentes trabajos y lugares a los que acude como Alí. Los primeros lugares suponen su introducción en el mercado laboral como turco y los menciona de forma somera: una caballeriza, una granja, las calles y otros emplazamientos en los cuales su estancia es breve.

También acude a lugares públicos con el fin de probar su caracterización: un estadio de fútbol (intercalándose peligrosamente con un grupo de jóvenes neonazis); alguna cafetería; un mitin político (donde engaña al líder ultraderechista F. J. Strauss).

Después, ya plenamente introducido en la sociedad alemana como turco, los escenarios laborales requieren más atención: un restaurante McDonald´s; empleos concernientes a la industria: de la construcción, de la siderurgia, de la energía nuclear…; o un laboratorio farmacéutico.

Los distintos empleos en ocasiones también suponen cambios espaciales: de una ciudad alemana a otra, ya sea para buscar nuevos trabajos o bien corresponden a desplazamientos.
En paralelo a la narración principal muestra otras situaciones no relacionadas directamente con lo laboral: entre otros, edificios religiosos; una funeraria; la barriada en la que reside, Bruckhausen, en Duisburg; su infravivienda en la calle Diesel.

Diálogos
El autor recoge e intercala un gran número de diálogos en su obra (sin alterar los distintos léxicos de cada testimonio, incluyendo el lenguaje impostado con el que Wallraff se hace pasar por turco), lo que procura ritmo; caracterización de los personajes; impresión de veracidad y credibilidad; sensación de documento directo con gran aporte de información en bruto; situación de tiempos y lugares...

La mayor parte de los diálogos se producen entre él –siempre como Alí– con empleadores y compañeros; o bien de encargados con trabajadores. También incluye algún diálogo entre empresarios (en los últimos diálogos, en el capítulo El encargo, se vale de amigos de su vida “real” para tejer una encerrona a Adler, uno de los mediadores en la explotación de los trabajadores).

De igual manera, refleja también las conversaciones que mantiene con los diferentes sacerdotes o portavoces religiosos; así como con los encargados de la funeraria, o con una de las empleadas de LAB, el laboratorio farmacéutico en el que se empleará como cobaya humana.

El trabajo es maravilloso. Intercala a la perfección tanto unas breves líneas como toda una escena que funcionaría en cualquier obra teatral. Es de suponer que en algunos casos se ayudaría de grabadoras, pues sería muy difícil reconstruir unos diálogos tan naturales y expresivos.

Puntos de vista y presencia y voz del narrador
El punto de vista es interno. El autor es parte de la historia: es personaje y testigo a un tiempo.
En consecuencia, la voz del narrador es en primera persona. En primerísima persona. Actúa como una cámara: a excepción de las digresiones y otros elementos anexos que pueda añadir en la elaboración posterior, lo que se narra es lo que él ve.

El predominio de los presentes en los tiempos verbales sirve de apoyo, tanto a las funciones narrativas como a la inmersión del lector en las peripecias de Alí. El principio de identificación es una de los elementos que componen la técnica de redacción de los reportajes mostrativos. Si consigue generar empatía, consigue transmitir, compartir su experiencia con los lectores. De esta forma, el narrador también permite al lector que dictamine por sí mismo (“Escribir para contar, no para probar”).



Descripciones
Sus descripciones, de personas, ambientes o lugares, destacan por la concisión, el ahorro en las palabras, la brevedad en la frase y el excelente manejo de la elipsis. El autor no se anda con giros innecesarios. No comete el error de adornarlo con florituras. Como si lo estuviera redactando según le ocurre (posiblemente tomara apuntes de forma constante y a escondidas), apenas se aprecia retórica una vez editado y publicado.

En primer lugar, se describe a sí mismo caracterizado como Alí. Luego describe a sus compañeros, a sus jefes, y a aquellas personas con las que trata de establecer algún trato… Son, por encima de la descripción física, descripciones morales.

Trata de introducir una pincelada de caracaterización psicológica, igual que, cambiando de técnica, puede adivinarse en la mirada de muchos personajes de Velázquez o Goya. Lo aplica especialmente en sus jefes y encargados, cuyos actos, modos y palabras los acotan a la perfección. Wallraff, fino observador, levanta acta. Es notable, en este sentido, el tratamiento que da a su último “jefe”, el mediador y cuasi traficante humano Adler.

Los lugares los presenta como si se tratara de una sucesión de diapositivas que se funden una sobre otra. Pero no sólo son planos generales. Hay un aspecto sobresaliente en sus descripciones: la inductividad.

A mi entender, el autor destaca por extraer de la secuencia de planos un detalle que resume todo. Lo que parece una nimiedad, una mera anécdota, engloba el conjunto y se convierte en su esencia pura. Como cuando menciona la disposición del mobiliario en los restaurantes McDonald´s (“…íntegramente dispuesto de forma que casi todo se halle a la altura de los niños…” pág 33), o retrata la degradación de la barriada en la que vive Alí (“…allí no vale la pena anunciar artículos de consumo, excepción hecha de la cerveza y las marcas de cigarrillos.” pág. 217).

En resumidas cuentas, y reiterando la idea una vez más, Wallraff describe mostrando, lo que es más persuasivo y eficaz.

El tiempo
El autor no hace referencias temporales explícitas. La obra, de hecho, no está escrita como un diario, que hubiera sido lo sencillo. Wallraff se encarga de indicar de vez en cuando algunas fechas que permiten deducir el tiempo durante el cual encarnó a Alí.

En el prólogo, firmado el 7 de octubre de 1985, señala que en marzo de 1983 puso un anuncio en un diario. Y en el capítulo final Adler –al que embaucan con un lucrativo a la par que oscuro negocio– enuncia “Así pues, empezaríamos a trabajar mañana, ocho de agosto de 1985”. No obstante, y aunque la fecha exacta en que deja de ser Alí no aparece, se desprende que rueron dos años, mes arriba mes abajo.

Una vez metido en el relato, apunta notas dispersas. Algunos ejemplos –a vuelapluma– son los que aparecen a continuación. En los primeros párrafos puede leerse “A lo largo de casi un año intenté mantenerme a flote…” (Es decir, desde que muta en Alí hasta que considera haber pasado la prueba).

En el capítulo Materia prima: el espíritu, la referencia temporal es insinuada al hablar de la festividad del Miércoles de Ceniza. En un cuadro en el que habla de Un empresario moderno (pág. 47), comenta: “Mientras yo estuve trabajando para la GBI en Colonia, el verano de 1984…”. Más adelante, aporta datos de un informe de la empresa Thyssen sobre el ejercicio económico 1984/85. Cuando trabaja para Remmert, habla de que uno de sus compañeros alcanzó por primera vez las 350 horas de trabajo mensuales en abril de 1985.

También, ciertos documentos, personajes políticos y otras referencias aluden, de forma tangencial, a esta época.

En general, el transcurso del tiempo, elíptico, se desprende de los distintos puestos de trabajo en los que se emplea. Wallraff no acota. Pero no parece importante la exactitud: cuánto tiempo está en cada uno, desde cuándo hasta cuándo, o cuál es el tiempo total que pasa como Alí. Podría haberse tratado de unos meses o de varios años más. Podría haber permanecido dos horas más (o dos días o dos semanas…) en este o aquel trabajo.

Sin embargo, el resultado sería idéntico. Wallraff resiste el tiempo que considera necesario para llevar al extremo y poner a prueba la elasticidad, no sólo del aguante humano, sino de la miseria moral y la ambición desmedida. Hasta que se rompe por alguno de sus extremos. O por ambos.



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23/12/09

Contexto histórico del libro 'Cabeza de Turco'

En ocasiones, si no siempre, para entender los parámetros del presente, es necesario remontarse a épocas más o menos pretéritas. En este caso, la Segunda Guerra Mundial, que significó el inicio de las tensiones entre los vencedores: el oeste capitalista y el este comunista, etapa conocida como Guerra Fría.

En Alemania –la gran derrotada– esta bipolaridad se hace material en 1949 debido a la división territorial en dos repúblicas, según sus áreas de influencia respectiva. Por un lado, la República Federal (RFA), bajo la atenta mirada occidental; mientras que, por el otro lado, la República Democrática (RDA) era tutelada desde Moscú, al igual que otros países cercanos como Polonia, Hungría o Checoslovaquia.

Asimismo, Berlín se convirtió en la metáfora de esta guerra sin combates. Más aún cuando, en el verano de 1961, se levantó el tristemente famoso muro que dividiría ambos mundos, occidental y oriental, durante casi 30 años.

Mundo bipolar

En mayo de 1949, Konrad Adenauer se convierte en el primer canciller de la RFA. Saca al país de las turbulencias de posguerra mediante alianzas occidentales y economía de libre competencia. La economía se estabiliza, de tal manera que pocos años después, en 1955, no existe paro. Sin embargo, el crecimiento económico necesita de mano de obra, por lo que Ludwig Erhard (canciller tras Adenauer) negocia la admisión de trabajadores italianos (De hecho, en Cabeza de Turco aparecen algunos términos en lengua italiana, así como en español, amén de alguna escena equívoca que muestran la presencia de estas comunidades y la imagen que de ellos tiene la población autóctona germana).

Inmigración masiva

A los extranjeros que comienzan a inmigrar a partir de estos momentos se les denomina gastarbeiter (“trabajador invitado”). Entre 1960 y 1968 se firman contratos con trabajadores de Grecia, España, Turquía, Portugal, Marruecos, Túnez y Yugoslavia. Los alemanes creyeron que sería un fenómeno limitado, que lo que estos trabajadores querían era ahorrar para poder volver a su patria y establecerse por su cuenta.

Nadie pensaba en las consecuencias y perspectivas a largo plazo. Así, en 1965 entra en vigor la Ley de Extranjeros, que hace hincapié en la provisionalidad de la estancia. Se dan los primeros brotes de xenofobia, agravados por la recesión económica de los años 1966-67. No obstante, esta recesión consigue superarse y en 1971 los trabajadores extranjeros vuelven a ser bien recibidos. Su número crece continuamente hasta llegar a un máximo de 2,6 millones en 1973. Al poco, comienzan a llevarse a sus familias a Alemania. Crece el número de inmigrantes sin empleo, que afecta a la carga financiera del estado. El Gobierno, temeroso, decreta la prohibición de contratar trabajadores extranjeros provenientes de países no pertenecientes a la CEE. Estos años corresponden a los gobiernos de Kurt Georg Kiesinger y Willi Brandt.

Schmidt y las crisis

El siguiente canciller, Helmut Schmidt, se enfrenta, entre otras cosas, a la crisis mundial del petróleo (1973-74), al terrorismo del Ejército Rojo, al debate sobre el rearme… Schmidt, maestro indiscutible de la contención de crisis, consigue integrar a todos los grupos de la sociedad alemana, aunque su implicación con la industria le costó algunas concesiones. Su éxito más espectacular fue la victoria contra el terrorismo.

Por otra parte, y aunque hizo lo que pudo en favor de la ecología, la alta sensibilidad del pueblo alemán respecto al medio ambiente se concretaría, en 1980, en la fundación del partido ecológico Los Verdes.

El porcentaje de extranjeros en la población alemana sigue creciendo (en 1974 supone más del 17% de los recién nacidos en Alemania), al tiempo que sigue bajando su cifra de empleados. A partir de 1980, los turcos contribuyen con el mayor número de ciudadanos a la población extranjera (más de dos millones, de un total de 7,3).

Kohl y la seguridad

A Schmidt lo sustituye, en 1982, el conservador Helmut Kohl. Tras unos años con dirigentes occidentales de signo progresista, acontece un giro conservador cuyos principales exponentes fueron Ronald Reagan en los Estados Unidos de América y Margaret Thatcher en Reino Unido. En la RFA, Kohl, representó un factor de seguridad política, basado en la testarudez y cierta carga de intransigencia. Durante su estancia en el gobierno se dieron cambios de gran importancia a nivel mundial.

La Guerra Fría venía debilitándose: la URSS no tenía la vitalidad de épocas pasadas y sus nuevos dirigentes, como Gorbachov, eran partidarios del aperturismo. Por otro lado, los EE UU cada vez eran una potencia más consistente y con mayor influencia en todo el mundo. Los movimientos aperturistas recorrieron toda la europa oriental, agrietándola hasta resquebrajar su espina dorsal: el Muro de Berlín.

El muro se derribó en noviembre de 1989 y dio paso a la reunificación. Kohl también consiguió terminar otro de sus sueños: la construcción de la “casa europea”, como solía llamar a la unificación creciente de los estados europeos. Después de 15 años, Gerhard Schröeder, de signo político contrario a su predecesor, sucedió a Kohl en la cancillería de la, ahora, Alemania única.

Tras la reunificación

En la actualidad, los españoles no tienen un papel importante entre los gastarbeiter de Alemania. Todos los ciudadanos de los países europeos miembros de la UE pueden elegir libremente el país donde trabajar y vivir. Aunque los problemas de xenofobia no hayan desaparecido, los ciudadanos extranjeros siguen ganando importancia: mientras que el número de alemanes baja continuamente, el de extranjeros sube. Adquieren especial relevancia, por convertirse en buena parte de los garantes para el pago de las pensiones futuras.

Asimismo, la situación económica mundial no ha mejorado mucho desde la década de 1980. Si bien existió una recuperación, hacia principios de la década siguiente una nueva crisis económica volvió a agitar el mundo. A continuación, la explosión digital, con las telecomunicaciones y la informática en cabeza, volvió a activar los mercados… al tiempo que generaba un nuevo marco socioeconómico mundial, el de la globalización. La económica neoliberal, de un marcado acento capitalista, ha copado desde entonces la política gubernamental preeminente. La Unión Europea también ha marcado un antes y un después, por lo que conlleva de pacto común entre diferentes países con distintos ritmos económicos.

En los últimos años y de forma global, se suceden etapas de crisis y etapas de crecimiento. En el aspecto laboral y de las garantías sociales, las pérdidas abundan más que los logros. La tendencia parece ser la de repetir y aplicar modelos sin eliminar, depurar o limar sus defectos, a pesar de conocerlos.

Colofón

En resumen, la época en que se sitúa el libro es, posiblemente y a pesar de su aparente quietud, la más convulsa tras el final de la Segunda Guerra Mundial. La crisis económica ha desgastado el mundo occidental, con sus modélicos estados del bienestar. Ha generado tensiones entre éstos y el siempre receloso mundo árabe, ahora con un gran poder gracias al petróleo.

El tercero en discordia, el gigante soviético, aparenta estabilidad, pero sus vigas maestras están a punto de desmoronarse. En un país como Alemania, la crisis económica y las políticas de austeridad y rebaja de derechos sociales, han alentado muchos de sus fantasmas recientes por diversos motivos. Uno de ellos está directamente relacionado con el mundo laboral: precariedad, baja formación, elevado número de personal extranjero –primordialmente turcos–…

En el libro de Günter Wallraff se respira todo esto. Lo más evidente, la denuncia de las condiciones de los trabajadores, enfocado en el especial trato hacia el trabajador de fuera, es la epidermis, la capa externa. Pero las grietas que denuncian la decrepitud de un sistema están intercaladas por todas las líneas.

Y lo peor es que esas grietas, aunque asomaron hace tiempo, aún pueden verse en la actualidad y apenas nadie actúa para repararlas. Como mucho para maquillarlas.


[Continúa...]


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