23/12/09

Contexto histórico del libro 'Cabeza de Turco'

En ocasiones, si no siempre, para entender los parámetros del presente, es necesario remontarse a épocas más o menos pretéritas. En este caso, la Segunda Guerra Mundial, que significó el inicio de las tensiones entre los vencedores: el oeste capitalista y el este comunista, etapa conocida como Guerra Fría.

En Alemania –la gran derrotada– esta bipolaridad se hace material en 1949 debido a la división territorial en dos repúblicas, según sus áreas de influencia respectiva. Por un lado, la República Federal (RFA), bajo la atenta mirada occidental; mientras que, por el otro lado, la República Democrática (RDA) era tutelada desde Moscú, al igual que otros países cercanos como Polonia, Hungría o Checoslovaquia.

Asimismo, Berlín se convirtió en la metáfora de esta guerra sin combates. Más aún cuando, en el verano de 1961, se levantó el tristemente famoso muro que dividiría ambos mundos, occidental y oriental, durante casi 30 años.

Mundo bipolar

En mayo de 1949, Konrad Adenauer se convierte en el primer canciller de la RFA. Saca al país de las turbulencias de posguerra mediante alianzas occidentales y economía de libre competencia. La economía se estabiliza, de tal manera que pocos años después, en 1955, no existe paro. Sin embargo, el crecimiento económico necesita de mano de obra, por lo que Ludwig Erhard (canciller tras Adenauer) negocia la admisión de trabajadores italianos (De hecho, en Cabeza de Turco aparecen algunos términos en lengua italiana, así como en español, amén de alguna escena equívoca que muestran la presencia de estas comunidades y la imagen que de ellos tiene la población autóctona germana).

Inmigración masiva

A los extranjeros que comienzan a inmigrar a partir de estos momentos se les denomina gastarbeiter (“trabajador invitado”). Entre 1960 y 1968 se firman contratos con trabajadores de Grecia, España, Turquía, Portugal, Marruecos, Túnez y Yugoslavia. Los alemanes creyeron que sería un fenómeno limitado, que lo que estos trabajadores querían era ahorrar para poder volver a su patria y establecerse por su cuenta.

Nadie pensaba en las consecuencias y perspectivas a largo plazo. Así, en 1965 entra en vigor la Ley de Extranjeros, que hace hincapié en la provisionalidad de la estancia. Se dan los primeros brotes de xenofobia, agravados por la recesión económica de los años 1966-67. No obstante, esta recesión consigue superarse y en 1971 los trabajadores extranjeros vuelven a ser bien recibidos. Su número crece continuamente hasta llegar a un máximo de 2,6 millones en 1973. Al poco, comienzan a llevarse a sus familias a Alemania. Crece el número de inmigrantes sin empleo, que afecta a la carga financiera del estado. El Gobierno, temeroso, decreta la prohibición de contratar trabajadores extranjeros provenientes de países no pertenecientes a la CEE. Estos años corresponden a los gobiernos de Kurt Georg Kiesinger y Willi Brandt.

Schmidt y las crisis

El siguiente canciller, Helmut Schmidt, se enfrenta, entre otras cosas, a la crisis mundial del petróleo (1973-74), al terrorismo del Ejército Rojo, al debate sobre el rearme… Schmidt, maestro indiscutible de la contención de crisis, consigue integrar a todos los grupos de la sociedad alemana, aunque su implicación con la industria le costó algunas concesiones. Su éxito más espectacular fue la victoria contra el terrorismo.

Por otra parte, y aunque hizo lo que pudo en favor de la ecología, la alta sensibilidad del pueblo alemán respecto al medio ambiente se concretaría, en 1980, en la fundación del partido ecológico Los Verdes.

El porcentaje de extranjeros en la población alemana sigue creciendo (en 1974 supone más del 17% de los recién nacidos en Alemania), al tiempo que sigue bajando su cifra de empleados. A partir de 1980, los turcos contribuyen con el mayor número de ciudadanos a la población extranjera (más de dos millones, de un total de 7,3).

Kohl y la seguridad

A Schmidt lo sustituye, en 1982, el conservador Helmut Kohl. Tras unos años con dirigentes occidentales de signo progresista, acontece un giro conservador cuyos principales exponentes fueron Ronald Reagan en los Estados Unidos de América y Margaret Thatcher en Reino Unido. En la RFA, Kohl, representó un factor de seguridad política, basado en la testarudez y cierta carga de intransigencia. Durante su estancia en el gobierno se dieron cambios de gran importancia a nivel mundial.

La Guerra Fría venía debilitándose: la URSS no tenía la vitalidad de épocas pasadas y sus nuevos dirigentes, como Gorbachov, eran partidarios del aperturismo. Por otro lado, los EE UU cada vez eran una potencia más consistente y con mayor influencia en todo el mundo. Los movimientos aperturistas recorrieron toda la europa oriental, agrietándola hasta resquebrajar su espina dorsal: el Muro de Berlín.

El muro se derribó en noviembre de 1989 y dio paso a la reunificación. Kohl también consiguió terminar otro de sus sueños: la construcción de la “casa europea”, como solía llamar a la unificación creciente de los estados europeos. Después de 15 años, Gerhard Schröeder, de signo político contrario a su predecesor, sucedió a Kohl en la cancillería de la, ahora, Alemania única.

Tras la reunificación

En la actualidad, los españoles no tienen un papel importante entre los gastarbeiter de Alemania. Todos los ciudadanos de los países europeos miembros de la UE pueden elegir libremente el país donde trabajar y vivir. Aunque los problemas de xenofobia no hayan desaparecido, los ciudadanos extranjeros siguen ganando importancia: mientras que el número de alemanes baja continuamente, el de extranjeros sube. Adquieren especial relevancia, por convertirse en buena parte de los garantes para el pago de las pensiones futuras.

Asimismo, la situación económica mundial no ha mejorado mucho desde la década de 1980. Si bien existió una recuperación, hacia principios de la década siguiente una nueva crisis económica volvió a agitar el mundo. A continuación, la explosión digital, con las telecomunicaciones y la informática en cabeza, volvió a activar los mercados… al tiempo que generaba un nuevo marco socioeconómico mundial, el de la globalización. La económica neoliberal, de un marcado acento capitalista, ha copado desde entonces la política gubernamental preeminente. La Unión Europea también ha marcado un antes y un después, por lo que conlleva de pacto común entre diferentes países con distintos ritmos económicos.

En los últimos años y de forma global, se suceden etapas de crisis y etapas de crecimiento. En el aspecto laboral y de las garantías sociales, las pérdidas abundan más que los logros. La tendencia parece ser la de repetir y aplicar modelos sin eliminar, depurar o limar sus defectos, a pesar de conocerlos.

Colofón

En resumen, la época en que se sitúa el libro es, posiblemente y a pesar de su aparente quietud, la más convulsa tras el final de la Segunda Guerra Mundial. La crisis económica ha desgastado el mundo occidental, con sus modélicos estados del bienestar. Ha generado tensiones entre éstos y el siempre receloso mundo árabe, ahora con un gran poder gracias al petróleo.

El tercero en discordia, el gigante soviético, aparenta estabilidad, pero sus vigas maestras están a punto de desmoronarse. En un país como Alemania, la crisis económica y las políticas de austeridad y rebaja de derechos sociales, han alentado muchos de sus fantasmas recientes por diversos motivos. Uno de ellos está directamente relacionado con el mundo laboral: precariedad, baja formación, elevado número de personal extranjero –primordialmente turcos–…

En el libro de Günter Wallraff se respira todo esto. Lo más evidente, la denuncia de las condiciones de los trabajadores, enfocado en el especial trato hacia el trabajador de fuera, es la epidermis, la capa externa. Pero las grietas que denuncian la decrepitud de un sistema están intercaladas por todas las líneas.

Y lo peor es que esas grietas, aunque asomaron hace tiempo, aún pueden verse en la actualidad y apenas nadie actúa para repararlas. Como mucho para maquillarlas.


[Continúa...]


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